martes, 21 de febrero de 2012

Capítulo 13

Miró su reloj. Dios mío, ¡eran las siete y media! ¡Su clase de piano! Ahora ya no merecía la pena ni presentarse, ya que al menos quince minutos le llevaría llegar al Conservatorio.
    • Tengo que llamar a mi profesor – le dijo al chico- estará preocupado. Nunca llego tarde a clase y si no puedo llegar a tiempo siempre llamo a la mañana, hoy me he dado cuenta de la hora.
Juanjo la abrazó por detrás y la besó suavemente mientras ella se dejaba llevar.
    • A-además, tengo que irme, quedé en casa de Carla, ya que a la noche iremos a un concierto en el bar de su padre.
Juanjo se puso tenso y cuando Anne lo notó, se dio la vuelta y le agarró la cara con ambas manos, le besó intensamente durante unos segundos y se separó, sonriendo picaramente y dándose la vuelta, dejando al chico sin saber muy bien que hacer.
    • Ya hablaremos, Juanjo.
Cerró la puerta y sonrió para si misma. Se sentía tan bien, que bajó no cogió el ascensor y bajó las escaleras saltando, como una niña de seis años; porque momentos en los que sentirse una enana, a su edad, se rumoreaba que no había muchos, y ella disponía de uno, asique no lo iba a desperdiciar.
Aún no había oscurecido y la temperatura era muy agradable, se puso los cascos y empezó a caminar casi saltando, sin darse de cuenta de que la gente le miraba sin entender por qué una chica de casi quince años iba saltando como si fuese una cría.
Sinceramente le daba igual, ella estaba en su mundo, en el cual poca gente podía entrar, y allí, no podían hacerle daño. Sonrió otra vez y empecé a correr.
Tenía que llegar pronto a casa para coger su ropa e irse a casa de Carla para prepararse para el concierto de esta noche.
Al pasar la esquina le vi, tan guapo como le recordaba, allí estaba Raúl.
Durante la tarde, no me había acordado de lo pillada que estaba por él desde hacía tanto tiempo, no me había acordado de su preciosa sonrisa, ni de sus hipnotizantes ojos negros. Tampoco me había acordado de revisar mi tuenti para saber si ese chico por el que estaba loca me había aceptado la petición de amistad.
Creo que fue el primer día que no pensé cada segundo en Raúl, pero al verle, no sabía si echarme a correr, o esperar a que me diese un infarto. Luego me di cuenta de que cualquiera de las dos haría que Raúl se acercase a mi.
Entonces, mientras pensaba en las posibilidades que tenía de que él no me viese, me di cuenta de que estaba parada, respirando muy fuerte y con la mirada clavada en él, asique intenté relajarme para no hacerme notar.
¡Pero qué guapo es! Iba con unos vaqueros azules y una camiseta blanca. Llevaba una chaqueta plástica también azul y escuchaba música. Miraba al suelo, pero cuando levantó la mirada, se encontró con mis ojos, entonces dejé de respirar.
Entonces Raúl también se paró y nos quedamos así durante unos veinte segundos, hasta que yo, muerta de vergüenza, empecé a caminar hasta casa, que estaba a diez escasos metros de donde me encontraba.
Me dije a mi misma lo imbécil que era, en mi mente solo había una pregunta “Anne, ¿qué hacías allí parada?” Y tenía también la respuesta “Quedar como una idiota”.
Cuando por fin llegué al portal de mi casa, mis manos temblaban tanto que tardé varios minutos en encontrar las llaves.
Una vez dentro del piso, me sentí mucho más tranquila, y subí las escaleras sin prisas, vivía en un quinto, pero me apetecía subir andando y así, hacía un poco de ejercicio.
Recordé los últimos diez minutos y lo único que pude hacer fue reírme y sentirme como una tonta, pero también sentía que había ganado una batalla contra una parte de mi.
Me había mirado. ¡Raúl me había mirado!
A ver, estaréis pensado “Menudo momentazo eh!” (con ironía lo diríais, claro) pero es mucho mas de lo que yo había pedido.
Sin embargo, me comporté como una cobarde y me quedé allí, quieta, como una estatua, sin decirle nada.
Mientras subía, me sonó el móvil y quien me llamaba, me recordó quien era “mi Raúl”...

Capítulo 12

Cuando llegaron otra vez a la casa, seguían sin saber que decir. Sin saber que decir, y mucho menos qué hacer, como actuar.
A Juanjo se le veía relajado, pero a Anne...Anne estaba temblando, y lo notaba, le sudaban las manos, y sentía mucha calor en las mejillas.
Cada vez que Juanjo la miraba, bajaba la cabeza y sonreía tímidamente, sin saber si debía decir algo, o tal vez, solo por el miedo a que al hablar le temblase la voz y se notase lo nerviosa que estaba.
- ¿Te pasa algo? - Juanjo la estaba mirando mientras arqueaba una ceja, su cara resultaba simpática, y Anne rió al ver esa expresión - Oh, veo que ya estás mas relajada; Anne, estabas casi temblando, si te hubiese dado un vaso de agua te habría caído al suelo.
El chico le sonrió, pero no de cualquier forma, si no de esa, que hace que cuando tu cuerpo está completamente rígido, y sientas que si te dan un golpe en la espalda tus hombros se romperían como piedra, esa sonrisa consigue que todo tu cuerpo libere la tensión, que vuelva a ser humano, y no una estatua.
- Tienes razón, se nota que tengo que ensayar más la parte de las mentiras y el disimulo. Soy una actriz horrible.
Mientras se reían de ese graciosillo comentario, Juanjo se acercó a Anne, que estaba sentada en uno de los sillones. Se puso delante de ella y se agachó, de forma que su boca estaba muy cerca de la oreja de la chica, y le susurró.
- Anne, te secuestraría, pero si la policía me pillase, me enfrentaría a varios años de cárcel, y no estoy dispuesto a pasar sin verte tanto tiempo. No creo que pudiese aguantar.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de ella, esas palabras harían que hasta la mujer más insensible se dejase llevar, así que tragó saliva y contestó como pudo.
- Secuestra me.
Cuando lo dijo, miró a los ojos de Juanjo, esos preciosos ojos verdes la miraban. Luego miró a sus labios, y no hizo falta que dijese nada más.
Él se acercó y la besó. No fue un beso apasionado. Tampoco aburrido. No fue uno de eses empalagosos. No fue una guerra para demostrar quien deseaba más besar a quien. No fue un beso de pareja, ni de amigos. Tampoco fue de película.
Fue un beso de fugitivos.
Un secuestro durante unos minutos, en el cual la secuestrada estaba contenta de encontrarse en el lugar al cual su secuestrador la llevaba; a ese lugar al que solo puede llevarte una persona capaz de conseguir que el corazón se te salga del pecho con una mirada.
Anne, cuando notó que el beso terminaría, se recordó a si misma la frase de “Todo lo que empieza, acaba” y como realmente no quería que acabase, la transformó en un “Todo lo que empieza, es posible que se repita”.
Ese secuestro acabó en una sonrisa.
No hizo falta llamar a la policía, ya que el secuestrador había recibido el mayor de los rescates, un beso de fugitivos y la sonrisa de la chica de la cual estaba enamorado.